lunes, 29 de agosto de 2011

De la mafia medica a la mafia del cáncer.


Interesante ponencia de apertura al I Congreso sobre Tratamientos Complementarios y alternativos en cáncer, celebrada en Madrid los días 14 y 15 de Mayo del 2005

Bien, amigos, la situación actual del cáncer en España –y las cifras pueden extrapolarse al resto del mundo- es ésta: la mitad de la población padecerá la enfermedad. Y de ellos, el 50% morirá. Es decir, uno de cada cuatro españoles fallecerá de cáncer. No lo decimos nosotros, por supuesto. No se trata de una exageración periodística. Quien así lo afirmó hace apenas año y medio fue el director del Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas Mariano Barbacid, máximo responsable de la investigación oficial sobre esta enfermedad en España.
Obviamente eso no tiene por qué suceder con los aquí presentes porque su asistencia a este congreso les va a permitir acceder a una información que ha estado al alcance de poca gente. Son ustedes pues, por el simple hecho de estar en este acto, unos afortunados. Lo lamentable y vergonzoso es que esta información no llegue a todo el mundo. Y no llega porque existen gigantescos intereses económicos tras el cáncer. De hecho, comprobarán en breve que la gran mayoría de los medios de comunicación social no va a hacerse eco de este congreso. Y no será porque a los periodistas que trabajan en ellos no les parezca importante el tema sino porque no les dejarán ocuparse de ello las empresas dueñas de los medios en los que trabajan o porque se lo impedirán los guardianes que el sistema oncológico tiene entre los responsables de las secciones de Salud de tales medios. En prensa, radio y televisión. Y además intentarán minimizar la importancia de lo que aquí se dice.
¿No lo creen?
Hagamos ucronía. Imaginen que un científico inventa un material –quizás ya exista en realidad- que hace imperecederas las hojas de las maquinillas de afeitar manuales. O imaginen que alguien crea un cepillo de dientes cuyas púas y el mango permanecen inalterados e impecables con el paso de los años. O que alguien inventa una tela para camisas o jerseys que dura eternamente sin sufrir daño alguno. O que se inventa un motor que funciona con agua u otro combustible sin apenas valor por su abundancia. ¿Alguno de ustedes cree que se iba a comercializar? Las empresas fabricantes, por supuesto, estarían dispuestas a comprar de inmediato tales inventos al precio que fuera… pero no para comercializarlos sino para encerrarlos bajo llave y que jamás se usen. Porque el negocio verdaderamente rentable consiste en vender un producto una y otra vez… de manera indefinida.
Bueno, pues exactamente lo mismo ocurre en el ámbito de la salud. A la gran industria farmacéutica que controla los sistemas sanitarios de todo el mundo no les interesan los productos curativos. Y cuando se entera de que existe alguno se plantea de inmediato comprarlo… para evitar que se comercialice. Algo que a veces no consiguen pero entonces utilizan todas sus influencias y resortes para que el producto no se apruebe legalmente. Y cuando eso no es posible se desprestigia para que no se crea en él. Eso es lo que ha pasado –y pasa- con algunos productos. Son los casos del conocido Bio-Bac y delUkrain.
En otras ocasiones, sin embargo, se permite que se hable de ellos. Y que salgan a la calle. Es una estrategia que permite usar ese hecho como argumento para negar lo antes denunciado. Sólo que luego se ponen todo tipo de impedimentos o se dificulta su conocimiento entre el público. Y, por supuesto, a los profesionales sanitarios –médicos y oncólogos- se les hace creer que su eficacia es mucho menor de la real. Algunos de los productos de los que va a hablarse en este congreso pueden encuadrarse en ese ámbito de actuación.
Y ustedes dirán: bueno, los productos quimioterápicos actuales y la radioterapia consiguen muy buenos resultados. Los medios de comunicación dan últimamente a menudo esperanzadoras noticias sobre los avances científicos en la investigación sobre cáncer. Y los resultados actuales con ellos son excelentes. Mucho mejores que hace unos años. Lo repiten con frecuencia los representantes de los grandes laboratorios y las autoridades médicas y sanitarias.
¿O no?
Bueno, pues no. En la curación del cáncer no se ha avanzado prácticamente nada en las últimas décadas. Las frías cifras de muerte por cáncer publicadas anualmente por el Instituto Nacional de Estadística (INE) y que ustedes pueden consultar en Internet son contundentes. En las últimas décadas, a pesar de la propaganda de las farmacéuticas sobre los estupendos porcentajes de curación obtenidos en los distintos “tipos de cáncer”, el número de fallecidos por esa enfermedad no ha dejado de aumentar en todo el mundo, incluido nuestro país. Cada año mueren más españoles de cáncer que el anterior. Indefectiblemente. Luego los porcentajes de curación alegados son falsos. Algo que es posible porque -¡asómbrense!- no existen en España –ni en los demás países del mundo- estadísticas fiables de las curaciones. La razón es simple: los oncólogos sólo siguen el estado de los enfermos de cáncer durante cinco años. A partir de ahí todo superviviente pasa a engrosar la estadística de “curaciones clínicas.” Aunque se muera al día siguiente. A los cinco años y un día. Esa persona, fallecida un día después –o un mes o tres años, no importa- estadísticamente está “clínicamente curado”. Una falacia que es posible porque el sistema se ha encargado de que nadie controle a partir de entonces a esos pacientes. Nadie sigue su evolución. No interesa. La mentira se descubriría de inmediato.
Obviamente, hubo investigadores que se dieron cuenta y lo denunciaron. Sus libros están ahí…sólo que nadie los lee. La gran industria se ha ocupado de que no se hable de ellos para que no se conozcan. Es, por ejemplo, el caso del cirujano alemán Werner E. Loecke quien hace ya varios años denunció toda esta manipulación en su libro Krebs-Alarm. Según él, la explicación a los aparentes éxitos de algunos fármacos es sencilla: los manipuladores de las estadísticas “corrieron hacia delante los límites de los estadios clásicos del cáncer”.  Dicho de otra forma, lo que hoy día se diagnostica como “estadio I” de la enfermedad –un cáncer en su fase inicial- no se podía siquiera descubrir años antes. En esa época todas las personas enfermas con “tumores malignos” pero indetectables se consideraban sanas. Y, obviamente, si a uno se le detecta el cáncer mucho antes, cuando el tumor es aún diminuto, las posibilidades de superar los cinco años de sobrevivencia –la barrera mágica de los oncólogos que permite alardear de que los tratamientos ortodoxos sirven para algo- son mucho mayores. Es evidente que no es lo mismo superar ese lustro cuando se detecta el tumor teniendo ya dos o tres centímetros que cuando se detecta cuando sólo tiene dos o tres milímetros. Se gana un tiempo precioso… para que el enfermo engorde la estadística de pacientes de cáncer tratados y “curados clínicamente“.
¿Se entiende ahora por qué es tan “importante” un diagnóstico precoz? Pues es simple: no lo es porque eso implique que el paciente tenga más probabilidades de curarse. Cuando no se sabe cómo curar un cáncer el hecho de que se empiece a tratar al enfermo cuando el tumor tiene tres milímetros o tres centímetros es indiferente. El enfermo se morirá de todas formas. Pero para los manipuladores de estadísticas no es lo mismo presumir de que la persona ha vivido más de cinco años que reconocer que se les muere a los dos. Así que es importante concienciar a la gente de la importancia del diagnóstico precoz. Eso les permite a las empresas “mejorar” o “maquillar” los presuntos resultados obtenidos. Especialmente porque se puede incluir a todos los casos dudosos en el porcentaje de cánceres “estadio I” y cuando se comprueba que el cáncer no se desarrolla… incluirlos entre los casos de cáncer curados. Aunque en muchas ocasiones no hayan tenido en realidad cáncer. La verdad es que el diagnóstico precoz sólo es útil cuando se trata de un tumor aislado que se puede extirpar sin que se haya extendido por la zona adyacente. En suma, con el diagnóstico precoz no se consigue una sola curación real pero sí virtual: se engorda la cifra de personas que sobreviven cinco años. Es decir, de los que los oncólogos llaman “curaciones”. Que no son tales aunque saben que les basta no mencionar la expresión “clínica” –siempre se puede alegar que se daba por sobreentendido- para que los profanos –especialmente los periodistas y los políticos, dos especies mucho más fáciles de engañar de lo que parece- se crean que se está hablando de curaciones reales, es decir, de la desaparición del cáncer. Lo que no ocurre más que en porcentajes pequeñísimos.
Esto agrava la falta de ética que supone dar a los enfermos fármacos cuando se sabe de ellos que no sólo no curan el cáncer sino que encima provocan graves daños en el organismo. Hoy puede afirmarse con rotundidad que la mayoría de los fármacos legalmente aprobados y que, para mayor escarnio, sufraga el Estado no sólo no ayudan al enfermo a sanar o a detener el avance de la enfermedad sino que le hacen además empeorar. Hasta el punto de que hoy día cada vez más médicos –oncólogos incluidos- empiezan a darse cuenta de que sobreviven más años y con mejor calidad de vida los pacientes que no se someten a ningún tratamiento que quienes reciben tratamientos quimioterápicos o radioterápicos. Y esto ya es de una gravedad extrema.
La gran industria intenta a pesar de todo vendernos la especie de que sí hay resultados, de que hay numerosas curaciones “reales”. Y lo hace asegurando que la razón de que el número de muertos por cáncer aumente año tras año desde hace décadas se debe a que la masa de población ha aumentado y además vivimos más años. Por supuesto, mienten de nuevo. ¿O es que alguien se cree que en los últimos 50 años la expectativa del ser humano ha cambiado sustancialmente? ¡Es prácticamente la misma! Y en cuanto a la falacia de que la razón se debe al aumento de población… las propias cifras del Instituto Nacional de Estadística (INE) echan abajo ese argumento. Basta atender a un sólo parámetro: la tasa de mortalidad por cada cien mil habitantes. Ésa no engaña sobre ese punto. Y resulta que el porcentaje de muertes a causa del cáncer por cada cien mil habitantes ¡ha aumentado entre 1991 y 2003 un 20%!
Es más, las frías cifras indican que en España, en 1980, de cada 4 personas que murieron por enfermedad una falleció por cáncer. En el 2000, sin embargo, esa proporción había aumentado de manera que ya entonces, hace cinco años, los fallecidos por cáncer eran uno de cada tres.
Y añadiremos que si en general en todos los países las cosas van mal, el último estudio realizado sobre la situación del cáncer en Europa y publicado hace sólo unas semanas en Annals of Oncology reflejaba una especial preocupación por el hecho de que en España y Portugal no se aprecian tendencias descendentes en la muerte por los cánceres más comunes. Según datos del año 2003 publicados por esa revista las muertes por cáncer en España han aumentado ¡un 41% en 15 años! Un incremento superior ¡en 30 puntos! a la media de la Unión Europea en ese período. Claro que en el ámbito oncológico España no es sino el furgón de cola de un sistema que encabeza Estados Unidos. Y allí las cosas no están mucho mejor.
James Watson
¿Puede extrañarle a alguien, ante todo esto, que James Watson -premio Nobel de Medicina en 1962, codescubridor de la doble hélice del ADN y durante dos años miembro del Comité Asesor Nacional sobre Cáncer de Estados Unidos-, al serle recabada su opinión sobre el Programa Nacional contra el Cáncer, respondiera rápidamente ¡”ES UNA MIERDA!”.
Pero sigamos. ¿Saben ustedes cuántas personas enferman en España de cáncer cada año? No se sabe. ¿Cuántas mueren realmente por esa causa? No se sabe. ¿Cuántas fallecen antes de haber transcurrido un año de habérselas descubierto el cáncer? No se sabe. ¿Cuántas sobreviven dos, tres, cuatro, cinco años o más a los tratamientos? No se sabe. ¿Cuál es la eficacia real de los tratamientos, especialmente de los nuevos antitumorales? No se sabe. Pero, bueno, -imaginamos que se preguntarán ustedes-, ¿es que no hay estadísticas a nivel nacional sobre el cáncer? Y la respuesta es NO. ¿Y por qué? Pues porque no interesa. Porque contra las frías cifras no se puede hacer nada, no se pueden difundir mentiras interesadas una y otra vez. El Ministerio de Sanidad y Consumo no tiene datos. La Asociación Española contra el Cáncer y la Asociación Española de Investigación sobre el Cáncer tampoco. Los grandes laboratorios de investigación de fármacos para combatir la “enfermedad”, mucho menos. No hay datos fiables de nada. Sólo se controlan ocho o nueve hospitales y luego se extrapolan sus resultados a nivel nacional. El único organismo que tiene datos reales concretos y medianamente fiables en España es el Instituto Nacional de Estadística y se refieren sólo a la morbilidad hospitalaria. Es decir, lo único que de verdad se sabe es cuántas personas mueren en los hospitales a causa del cáncer. Están a disposición de quien quiera consultarlos en Internet. Y esos datos indican que cada año mueren en los hospitales unas 380.000 personas de las que casi 100.000 fallecen a causa de tumores cancerígenos (es decir, ¡como si hubiera 520 atentados terroristas como el del 11 M… cada año!). Una cifra mareante que, encima, no refleja la realidad porque buena parte de los enfermos terminales son enviados a morir a sus casas por los oncólogos “cuando ya no pueden hacer nada por ellos”.
En suma, ¿cuántas personas mueren de verdad de cáncer en España si sólo en los hospitales fallecen casi cien mil al año? ¿Un 50% más? ¿El doble? No se sabe. Pero eso sí, se ha avanzado muchísimo en la investigación y tratamiento del cáncer….
Actualmente hay tres vías con las que la Medicina convencional afronta el problema del cáncer: la Cirugía, la Quimioterapia y la Radioterapia.
En lo que se refiere a la cirugía es cierto que cuando un tumor es muy pequeño y se extirpa antes de que se extienda, cuando aún está aislado, en la fase inicial, hay cierto grado de éxito. Pero incluso en casos incipientes, sin metástasis, la cirugía sola no es suficiente -según datos del Manual Merck- en el 63% de los casos de cáncer de pulmón, en el 35% de los cánceres de boca, testículo, riñón, vejiga, colon, mama, útero, próstata, ovarios y laringe. En cambio, es eficaz en el 94% de los casos de cuello uterino.
En cuanto a la Radioterapia los oncólogos reconocen que los resultados son muy escasos. Es ineficaz en un alto porcentaje de cánceres. Según el Manual Merck la radioterapia sola no es aceptable más que en casos de cáncer iniciales de testículos, en la llamada Enfermedad de Hodgkin, en los linfomas no hodgkinianos y en los cánceres de próstata (entre el 67 y el 90% de los mismos).
Y en cuanto a la Quimioterapia el mismo manual indica que, por sí sola, tiene cierto éxito en los casos iniciales de coriocarcinomas, cáncer de testículos –excepto seminomas-, la enfermedad de Hodking, el linfoma de Burkitt y el linfoma linfoblástico.
¿Y el resultado de combinar las tres terapias, es decir, cirugía-radioterapia, cirugía-quimioterapia, radioterapia-quimioterapia y cirugía-radioterapia-quimioterapia? Pues hay que decir que no se logran resultados mucho mejores en la mayor parte de los casos comentados aunque sí ayuda en otros cánceres no mencionados como los de endometrio, estómago, riñón –tumor de Wilms-, sarcoma de Ewing y meduloblastomas.
Ahora bien, estamos hablando de los resultados que se obtienen en las fases iniciales de desarrollo del cáncer. Y hablamos de supervivencia, no de curación real del cáncer, de su desaparición. Porque cuando el tumor es grande o se ha extendido los resultados son muy otros. En tales ocasiones incluso los porcentajes de “curación clínica” –es decir, supervivencia de 5 años sin que se manifieste de nuevo el cáncer- son muy bajos.
Y no perdamos de vista otra cosa: la Radioterapia y la Quimioterapia tienen gravísimos efectos secundarios. Estos varían mucho de un paciente a otro pero las náuseas, los vómitos, la fatiga intensa, la caída del pelo y la pérdida de glóbulos en sangre son los más frecuentes. Al menos tres de cada cuatro pacientes padecerá además anemia severa con la consecuente debilidad, somnolencia, dolor de cabeza, fatiga constante, falta de aire y palpitaciones aunque no necesariamente se presenten a la vez todos los síntomas descritos. Y también bajan los glóbulos blancos ya que resulta afectada la médula ósea y disminuyen las plaquetas. Es más, ambas terapias provocan inflamación e incluso úlceras en las membranas mucosas así como en la boca y la garganta. Pueden asimismo irritar y dañar las venas inutilizándolas temporal o permanentemente. O provocar una flebitis. Y, por supuesto, si se trata de una embarazada provocar serias malformaciones en el feto; de hecho, lo normal es que nazca muerto.
Y es que el organismo se intoxica gravemente con la quimioterapia, muchas veces de forma irremediable. Con lo que se da la paradoja de que al enfermo le puede desaparecer su tumor… pero se muere algún tiempo después porque el organismo le falla al estar envenenado. Eso sí, a nivel estadístico esa persona no habrá ya muerto de cáncer sino de otra cosa. ¡Hay que proteger las estadísticas! Con lo que muchas veces esa persona figura entre los enfermos “libres de cáncer”… a pesar de que ha muerto. Aunque lo más sangrante y que nadie comenta es que tanto la Radioterapia como la Quimioterapia, que se utilizan para combatir el cáncer, pueden a su vez provocar cáncer.
Un sarcasmo.
Llegados a este punto no podemos dejar ya de denunciar públicamente, de forma clara y rotunda, que el problema del cáncer está siendo manipulado de forma vergonzosa.En ningún lugar de Occidente se está atendiendo a consideraciones sanitarias sino políticas. Hay una orden no escrita que hace que las autoridades de todo el mundo intenten minimizar el problema ocultando la verdad. Por eso no se hacen estadísticas oficiales y constatables de los índices de supervivencia en los tratamientos convencionales. Los “éxitos” que con la cirugía, la Quimioterapia y la Radioterapia se supone que se obtienen los aportan quienes fabrican los aparatos de radioterapia, los laboratorios que desarrollan los fármacos y, en el mejor de los casos, los oncólogos que practican ambas técnicas terapéuticas. De la credibilidad de los fabricantes y laboratorios no hay mucho que explicar porque de vez en cuando la propia FDA norteamericana, harta probablemente de tanta mentira, les tiene que reconvenir. Hoy hasta la fiabilidad de los ensayos clínicos está ampliamente cuestionada. Muchos no se efectúan a doble ciego. Y buena parte no los controlan equipos independientes. Es más, ni siquiera los oncólogos que los dirigen tienen muchas veces acceso a los datos completos para corroborar la eficacia de lo que hacen por lo que, cuando su fracaso es alto, terminan pensando que han tenido la mala suerte de que a ellos les llegan casos muy difíciles pero como a otros compañeros les va mejor –eso dicen las estadísticas- lo que tienen que hacer es no desesperar.
Sin embargo, los escasísimos datos fiables que existen son tozudos. Según el Instituto Nacional de Estadística muere hoy casi en España el doble de personas por tumores que hace dos décadas. En 1980 fallecieron de cáncer, sólo en los hospitales españoles, 58.431 personas. En l985 -cinco años después- fueron 68.779. En 1990, 79.609. En 1995 se llegó a 89.493. Y en 1999, 94.566. Hoy alcanzamos casi las 100.000 muertes anuales Lo que supone el 25% de todas las muertes habidas en hospitales. Siendo los índices de mortandad más altos en los casos de cánceres de tráquea, bronquios y pulmón –en primer lugar- y los de colon (la mitad de casos que los anteriores). Les siguen a poca distancia los cánceres “mal definidos, secundarios y no especificados” y los de estómago, mama, próstata, hígado, tejido linfático, vejiga y páncreas. Es decir, que el número más alto de fallecimientos se da entre buena parte de quienes padecen los tipos de cáncer que se supone mejor resultado tienen con Quimioterapia y Radioterapia. ¿Alguien lo entiende?
La propia Organización Mundial de la Salud (OMS) publicó recientemente su Informe Mundial del Cáncer y en él ya se reconoce esperar que los casos de cáncer aumenten un 50% y pasen de los 10 millones de casos registrados en todo el mundo en el 2000 a 15 millones en el 2020. Y eso que durante los últimos 20 años el mundo se ha gastado en investigación del cáncer cerca de 15.000 millones de euros (¡dos billones y medio de las antiguas pesetas!).
¿No va siendo hora de que los oncólogos empiecen a replantearse si lo que creen saber del cáncer tiene fundamento, si no estarán equivocados?
Ghislaine Lanctôt
En febrero del 2003 publicamos en Discovery DSALUD una entrevista con la doctoraGhislaine Lanctôt, autora del best seller mundial “La mafia médica”, en la que ésta denunciaba abierta y valientemente la corrupción del actual sistema sanitario, “permitida y amparada por médicos y gobiernos en beneficio de las grandes empresas farmacéuticas”. Pues bien, hace ya muchos años se publicó otra obra esclarecedora que tenía un título similar: La mafia del cáncer. Escrito por Christian Bachmann, un periodista alemán de investigación, el libro, riguroso y perfectamente documentado, constituye una denuncia brutal -e inatacable- de la práctica oncológica vigente. Un documento cuyo contenido, a pesar de haber transcurrido varios años, sigue estando de plena actualidad. En él se revela un informe del Instituto Nacional del Cáncer de Estados Unidos elaborado en 1979 que reconoce que “en el lapso de los últimos 23 años la barrera de los 5 años de sobrevivencia para todos los tipos de cáncer sólo ha mejorado en un 2%. Y precisamente en los tipos más comunes y frecuentes de cáncer las gráficas que indican la sobrevivencia están totalmente inmóviles desde hace decenios. El ‘New England Journal.of Medicine’ reconoce que desde 1955 la cifra de curación en pacientes con ‘cáncer de mama’ ha permanecido prácticamente constante. Y en el cáncer de estómago y de intestino grueso hay una ausencia total de éxito desde hace 40 años. Un reconocimiento público –añade- que fue mal muy recibido por el alto mundo especializado.”
Bachmann explica luego que la práctica totalidad de los medios de comunicación suelen participar “con celo y esmero” en las “campañas de encubrimiento” de la verdad. Y agrega que por eso, por ejemplo, “las grandes y calificadas revistas norteamericanas lograron acallar durante años las palabras del investigador Hardin B. Jones, cuyos trabajos mostraban al desnudo las escandalosas irregularidades que se cometían en las estadísticas del cáncer a fin de maquillar los resultados de los ineficaces tratamientos” de hoy.
Jones –entonces profesor de la Universidad de California- denunció en un seminario celebrado en 1975 ante numerosos periodistas especializados de todo el mundo lo que había descubierto. Según explicó, en las investigaciones para comprobar la eficacia de los fármacos muchos pacientes desahuciados eran colocados en el grupo “testigo” –es decir, en el de aquellos pacientes a los que sólo se les da un placebo y no el tratamiento que se va a probar- con lo que el índice de supervivencia de ese “grupo de control” resultó ser muy bajo. En cambio, en el grupo de personas a las que se iba a administrar el tratamiento no sólo no había nadie desahuciado sino que se incluía en él a quienes tenían ya de por sí mayores posibilidades de sobrevivir. Y, encima, a los enfermos de este segundo grupo que fallecían tempranamente se les excluía del estudio -una vez empezado- para que no se contabilizaran sus muertes con la excusa de que no habían sido tratados “durante el tiempo suficiente” con el tratamiento para ser tenidos en cuenta. En suma, se favorecía desde el principio “de forma engañosa e indecente” al grupo de pacientes asistidos con el producto o tratamiento que se estaba estudiando.
Jones denunció además que desde 1940, debido a la nueva “definición científica” de lo que se consideraba “cáncer”, se estaban clasificando como tales tumores de dudosa malignidad. Y aseguró que fue a partir de ese momento cuando creció rápida y espectacularmente la cifra de “curaciones de cáncer”. Explicó luego que había comprobado cómo la cifra de “curaciones” conseguida se correspondía precisamente, en todos los estudios revisados, con el porcentaje de “diagnósticos dudosos”. En otras palabras: muchos de los que presuntamente se curaban de cáncer… no habían tenido probablemente jamás esa enfermedad.
Pero Jones fue aún mucho más allá. Porque resulta que, una vez corregidas esas “irregularidades” en las estadísticas estudiadas, llegó a la conclusión –como antes adelantamos- de que “la expectativa de vida de los pacientes con cáncer que no fueron tratados parece ser mayor y mejor que la de los que se someten a tratamiento”. En suma, según Jones los tratamientos oficiales para el cáncer no sólo no ayudan sino que son peligrosos. O, dicho de otra manera: los enfermos de cáncer que no se someten a ningún tratamiento convencional viven más tiempo y con más calidad de vida que quienes se someten a ellos.
¿Y que pasó con tan increíble revelación? El periodista científico Gary Nuil lo resumió en su momento: “Sólo dos de los centenares de periodistas que asistieron al simposio lograron que tan asombrosa información fuese publicada”. Un silencio que se mantuvo en los años siguientes a pesar de que Jones demostró entre 1975 y 1978 –con mayor lujo aún de detalles- que se había utilizado esa misma argucia en otros trabajos. Todos sus hallazgos fueron silenciados sistemáticamente por los medios de comunicación. Hardin B. Jones murió en 1978.
Sin comentarios.
Evidentemente, a muchos oncólogos les da hoy ya tanta vergüenza esa manipulación tan descarada de la realidad que empiezan a negarse a hablar de “curación” y utilizan ya sólo el término “sobrevivencia”.
Estamos seguros de que a muchos de ustedes lo que les estamos contando les parecerá increíble. Es más, estamos persuadidos de que buena parte pensará que un cáncer debe ser algo fácilmente reconocible, especialmente a simple vista. Si no cuando un tumor es pequeño, sí al menos cuando ya está extendido; cuando, por ejemplo, hay metástasis generalizada. Bueno, pues no es verdad. Basta para demostrarlo llevar una misma muestra a varios patólogos para que la examinen y hagan una biopsia. Se comprobará que, con mucha frecuencia, se dan diagnósticos diferentes. Que en unos casos se diagnosticará el tejido como canceroso y en otras el resultado será negativo.
Y es que la creencia de que se puede saber si una célula es cancerosa o no viendo simplemente su comportamiento bajo el microscopio es falsa. El método del extendido celular de Papanicolau, por ejemplo, tan practicado durante años (con un porta-algodón se toman células superficiales del cuello de la matriz y se mandan al laboratorio para su examen) tiene un porcentaje de error bastante alto. Y como los patólogos, en sus diagnósticos, van “sobre seguro”, el número de pacientes que entran a formar parte de la estadística con el diagnóstico de vegetaciones malignas cuando en realidad son benignas es igualmente alto. Además, luego pasan a engrosar la lista de “pacientes curados”. Y total, sólo hay que hacerle a la mujer una histerectomía y quitarle el útero. A fin de cuentas –argumentan muchos médicos-, a ciertas edades, ¿para qué lo quiere una mujer si ya no va a tener hijos? Y es mejor prevenir…
Bachmann, muy crítico con lo que sucede, comenta a este respecto en su libro: “(…) Es evidente que cada día se hacen más histerectomías innecesarias. La mayoría se hacen para mantener ocupados a los cirujanos y formar nuevos. Como la frecuencia del cáncer de matriz está disminuyendo, las grandes clínicas se quedan sin trabajo y como ‘eso no puede ser’, los hallazgos ginecológicos insignificantes se elevan a la categoría de casos quirúrgicos. Según una investigación norteamericana, la extirpación de la matriz se hace 3 veces más cuando los cirujanos cobran por cada operación que hacen. El salario fijo los vuelve reposados y conservadores.”
Bachmann añade más adelante: “Puede que el lego se deje impresionar por las grandes diferencias entre los años de sobrevivencia de cánceres descubiertos tempranamente y los diagnosticados tardíamente. El pobre no se da cuenta de que lo tienen sometido a un trío de barata prestidigitación pues le están comparando partidas que no pueden compararse.” Junto a Loeckle cayeron, además, en la cuenta de este error fundamental Kothari y Wetha, especialistas del cáncer del Medical College de Bombay. “Comparables” son los años de sobrevivencia de pacientes con los mismos estadios de cáncer pero con diferente tratamiento. La “tasa de curaciones” real sería, exactamente definido, el número de pacientes tratados que aún esté vivo después de 5 años menos el número de pacientes que aún está con vida sin haber recibido tratamiento alguno para su cáncer.” Y todo esto en el caso de que realmente pudieran compararse los casos elegidos entre los dos grupos, algo harto difícil de conseguir por no decir imposible, por lo que en la práctica hay que darse por satisfecho con la comparación de pacientes que en edad, sexo y estadio del tumor se asemejen lo más posible.
A esas reflexiones cabe añadir otras. Porque habría que saber también cuántos falsos positivos, es decir, personas que han sido tratadas de cáncer sin tenerlo, se incluyen entre los porcentajes de “curación clínica”. Y habría que plantearse a cuántas personas los fármacos les han acortado la vida en lugar de alargársela habiendo además convertido en un infierno sus últimos meses.
Dieter Hoelzer
El conocido epidemiólogo alemán Dieter Hoelzel -del Centro Clínico de la Universidad de Munich- afirmó con rotundidad hace sólo unos meses que en los últimos 25 años no ha habido “ningún progreso” en la supervivencia de cáncer metástatico de colon, pecho, pulmón y próstata, causantes del 80% de las muertes por esta enfermedad en los países desarrollados. Las proporciones de supervivencia –aseguró- NO HAN MEJORADO durante las últimas décadas. Los pacientes de hoy mueren de cáncer tan rápido como lo hacían los enfermos de hace 25 años.
En 1990 el Dr. Ulrich Abel, experto en Bioestadística Oncológica, publicó una de las obras más críticas con los tratamientos oficiales del cáncer. La revisó en 1995 y nos confirmó sus conclusiones antes de la publicación de un reportaje sobre la Quimioterapia que sacamos en Discovery DSALUD hace dos años. Abel escribió lo siguiente: “No hay evidencia, para la gran mayoría de los casos de cáncer, de que el tratamiento con estos fármacos produzca resultados positivos en los pacientes con enfermedad avanzada, sea en expectativas de vida o en calidad de vida. La casi dogmática creencia en la eficacia de la Quimioterapia se basa con frecuencia en conclusiones falsas extraídas de datos inapropiados”.
Créannos. Podríamos estar aquí citando durante los dos días del congreso opiniones parecidas sobre los tratamientos oncológicos actuales y su falta de resultados. Pero nadie quiere escuchar.
Especialmente la mayoría de los oncólogos. Aunque no todos, es verdad. De hecho, algunos ya se han rebelado. Se sorprenderían ustedes del número de oncólogos que está hoy en contacto con la revista. Y más si les oyeran manifestarnos que están de acuerdo con nuestras denuncias pero no son libres para actuar. Oncólogos que gracias a su cambio de actitud han aprendido a escuchar a sus pacientes y éstos les han recompensado siendo sinceros con ellos. Por ejemplo, confesándoles que junto a los tratamientos que les mandaban… seguían paralelamente otros tratamientos. Algo que nos consta hace hoy la inmensa mayoría… pero se lo ocultan a sus oncólogos. Incluso los que están sometidos a control en protocolos de investigación con lo que los resultados de los estudios están contaminados. Algo que nosotros sabemos desde hace años. Podemos asegurarles que no son menos de tres centenares los enfermos de cáncer que en los últimos seis años, en contacto con la revista, nos han confesado seguir tratamientos complementarios a los que les mandaban sus oncólogos y todos, sin excepción, afirmaban no habérselo dicho a sus médicos. Todos. Y nos decían que no se lo confesaban por temor a su reacción –especialmente entre quienes habían aceptado someterse a algún protocolo para probar un producto experimental- y porque creían que ello podría llevarles a quedarse sin atender en lo que de verdad entienden fundamental: las carísimas pruebas diagnósticas.
Pueden ustedes imaginar la gravedad de este hecho. Nosotros se lo hemos querido hacer entender a quienes nos llamaban pero sin demasiado éxito. Porque si ese doble tratamiento se produce hoy de forma mayoritaria la fiabilidad de los ensayos clínicos está por completo en entredicho.
Y por cierto, un reciente estudio publicado sobre el uso de terapias alternativas en cáncer ha terminado con el mito de que quienes recurren a ellas son pobre gente engañada. El informe dice todo lo contrario: el perfil medio es el de mujer joven con nivel educativo muy alto.
En suma, cuando uno es consciente de que la vida de un paciente está en sus manos y sabe que las terapias que conoce no funcionan debe tener la humildad de reconocerlo y buscar donde sea conocimientos nuevos… aunque sea al margen del sistema. Porque es el sistema actual, montado en torno a lo que muchos ya definen como “el negocio del cáncer”, el responsable de la actual situación. Y por eso hoy, como periodistas informados, nos vemos en la obligación de denunciar ese entramado económico del que unos son culpables por negligencia y otros por ignorancia.
-Un sistema que, como hemos, visto no cura.
-Un sistema que trabaja con animales en modelos de investigación básica que no está demostrado que sirvan para el hombre.
-Un sistema que prefiere buscar nuevas formas de destrozar un tumor -que no mata- pero invierte muy poco en estudiar las metástasis.
-Un sistema que privilegia investigaciones sobre productos de escasos efectos pero alto rendimiento económico.
-Un sistema que defiende grandes ensayos clínicos multicéntricos de enorme coste sólo soportable por grandes corporaciones pero con pocos beneficios en expectativas de vida.
-Un sistema que rechaza con argucias legales, administrativas y judiciales toda posibilidad de buscar soluciones alternativas al margen de los grandes intereses económicos que han acabado, ante la inoperancia de los poderes públicos, por monopolizar la investigación privada.
-Un sistema que hasta utiliza a los jueces para que validen las teorías oficiales como las únicas aceptables a pesar de sus escasísimos resultados y persigue, y hasta intenta encarcelar, a quienes se atreven a disentir.
Y no son afirmaciones gratuitas. Según PubliMed -el banco de datos médico más importante de Internet-, en los últimos años se han publicado MAS DE MILLÓN Y MEDIO DE ESTUDIOS sobre el cáncer. Sólo que, como en su día denunció la revista Fortune, la mayor parte de los fondos se han destinado a investigaciones que enfocan su trabajo en mecanismos muy específicos, genéticos o moleculares, del interior de la célula cancerosa o en la reacción de sustancias en tejidos “in vitro”.
Hoy los científicos creen conocer casi todos los pasos bioquímicos que una célula sana utiliza para multiplicarse y programar su muerte en el momento correcto. Saben incluso -o dicen que saben- cómo esos mismos mecanismos van cambiando en una célula cancerosa. Pero miles de millones de euros después ¡SIGUEN SIN SABER COMO TRATAR EL CÁNCER PORQUE SE EMPEÑAN EN ENFOCAR LA ENFERMEDAD DESDE PUNTOS DE VISTA CADA VEZ MÁS REDUCCIONISTAS!
Si un investigador realiza un trabajo en el que demuestra que un ligero cambio en un gen tiene un efecto significativo en el tumor de un ratón el trabajo tiene muchas posibilidades de publicarse en alguna “prestigiosa” revista. Así se consigue la reputación y el dinero. Por el contrario, los científicos que piensan holísticamente sobre el cáncer y no se centran en combatir los tumores así como quienes proponen perspectivas completamente nuevas sobre su etiología y tratamiento no pueden acceder a los fondos de investigación.
Es verdad que la metástasis es un mecanismo que involucra docenas de procesos y es duro hacer réplicas experimentales cuando hay tantas variables pero es ÉSE el tipo de investigación que necesitamos. En cambio, los investigadores optan por experimentos más sencillos que generen resultados reproducibles porque así se aseguran nuevos fondos y contribuyen al desarrollo de nuevos fármacos. Aunque sólo sirvan para tratar de reducir el tamaño del tumor y no para curar un cáncer. Según PubliMed se han publicado ya 150.855 estudios experimentales en ratones. ¿Y cuántos de ellos han aportado algo realmente eficaz en las terapias contra el cáncer? Muy pocos, por no decir sin más que ninguno.
Y es que aunque parezca increíble nadie parece darse cuenta de que el gen de un ratón puede ser muy similar al gen de un humano pero el “resto del ratón” es muy diferente; y, desde luego, carecen de nuestra compleja vida social y emocional (bueno, aparentemente al menos).
Resumiendo el pensamiento de otros muchos, citaremos a Homer Pearce, cuya opinión tiene especial significado por haber trabajado como director de Investigación del Cáncer e Investigación Clínica en uno de los principales laboratorios a nivel mundial. Para él, los modelos de ratón -y cito sus palabras textualmente- “son tristemente inadecuados para determinar si una droga funcionará en humanos. Si usted mira a los millones y millones y millones de ratones que se han curado de cánceres inducidos y analiza el éxito relativo -o la falta de él- que hemos logrado clínicamente en el tratamiento de enfermedades metastásicas comprenderá que, definitivamente, hay algo que NO funciona en el modelo”.
Robert Weinberg, ganador de la Medalla Nacional de Ciencias, fue aún más contundente afirmando que el modelo preclínico de cáncer humano en gran parte APESTA. Barbacid ha sido desde luego más sutil y se ha limitado a reconocer que la mayoría de los fármacos de los que disponen los médicos hoy para tratar a los pacientes son “prehistóricos” y apuesta por nuevos modelos más “predictivos”. Con lo que además de escoger mal el modelo sigue escogiendo mal el objetivo. Barbacid –y con él la mayoría de los oncólogos- sigue pensando en que para vencer al cáncer hay que atacar el tumor… como si reducir su tamaño o retrasar su crecimiento supusiera la curación del cáncer. CUANDO ESO NO ES ASÍ… Y SE SABE.
Es más, muchas veces, en ese intento de atacar, de reducir el tumor a través de la cirugía, la radioterapia o la quimioterapia se provoca la metástasis… que es la que realmente mata. Por eso llama la atención el escaso esfuerzo inversor en su investigación. De los fondos concedidos por el Instituto Nacional del Cáncer de Estados Unidos desde 1972 MENOS del 0.5% de las propuestas subvencionadas estaban enfocadas a saber algo más sobre las metástasis. De casi 8.900 propuestas aprobadas en el 2002 para la obtención de fondos, el 92% ni siquiera menciona la palabra metástasis. Y ese es el principal problema: no buscamos donde más se necesita. ¿Por qué? Porque ese tipo de investigaciones es más complicado, da más trabajo, dura más tiempo y cuesta mucho más sin beneficios a corto plazo.
Aunque donde el sistema enseña su peor cara es en los ensayos clínicos con pacientes, herramienta fundamental para aprobar nuevas terapias o medicamentos y en los que, desde luego, no parece tener mucha esperanza tampoco Barbacid, cuando augura “el fracaso” para la mayoría de los fármacos actualmente en ensayo clínico.
David Horrobin
David Horrobin, científico, fundador de dos compañías de Biotecnología, especializado en tratamientos para enfermedades psiquiátricas y neurodegenerativas, profesor en la Universidad de Oxford y autor o coautor de más de 800 artículos científicos, murió de pulmonía mientras era tratado de cáncer el 1 de abril del 2003. Pero tres meses antes dejó escrito un demoledor artículo en la revista Lancet, su testamento científico, sobre lo que había aprendido durante su enfermedad. Científico y víctima, conoció mientras se moría la dura realidad de una enfermedad convertida en negocio. Queremos por ello prestarle hoy nuestra voz para que ustedes le escuchen explicar la realidad que él mismo desconocía y que aprendió cuando el cáncer se abatió sobre él.
“Los grandes ensayos en centros múltiples –escribió Horrobin- tardan casi siempre mucho más tiempo para completarse y son enormemente más caros que los ensayos en un único centro pequeño. Pero también se han vuelto fuentes de grandes ingresos para muchas instituciones. Dado además que los grandes ensayos se han vuelto la norma los profesionales que toman parte en ellos están ahora reconciliados con la idea de que así los ensayos durarán siempre y se garantizarán los ingresos. Como resultado, la mayoría de los pacientes que entran en la mayoría de los ensayos de Oncología mueren antes de que los resultados sean conocidos. Eso sí, las instituciones en las que están tratándose obtendrán enormes beneficios económicos. Pues bien ,en la mayor parte de los impresos de información que se da a los pacientes no se menciona ese hecho. Y esa omisión es inmoral”.
“Los grandes ensayos cuestan hoy mucho dinero y eso implica que sólo pueden ser realizados si lo que se descubre puede protegerse con una patente. Como cuestan cantidades enormes de dinero raramente son financiados con dinero público o procedente de instituciones benéficas o públicas. Es decir, que lo que el ‘alto coste’ normalmente significa es que SÓLO por intereses comerciales se puede permitir alguien el lujo de financiar un gran ensayo. Y como tales compañías tienen que rentabilizar la inversión los ensayos se dirigen SOLO a una parte diminuta de la amplia gama de potenciales terapias contra el cáncer”.
“Y esa parte consiste en nuevos productos químicos que tengan una vida comercial bajo patente de al menos 10 o, preferentemente, 15 años. A los enfermos de cáncer que aceptan entrar a formar parte en los ensayos, claro, no se les dice que sólo van a acceder a una parte pequeña de las terapias potenciales. Ni se le dice que los investigadores, en la mayoría de las instituciones, cuando se plantean en qué ensayos trabajar están fuertemente influidos por el tamaño de la contribución financiera del patrocinador comercial. Por desgracia, hay poco de altruismo en ello”.
Lo denunciado por Horrobin no va, evidentemente, a animar a muchos enfermos de cáncer a asumir el riesgo de formar en el futuro parte de algún nuevo ensayo. Pero tampoco a tratar de descubrir nuevos medicamentos. No anima a investigar nuevos enfoques. No cuando un medicamento tarda en llegar al mercado, según los esquemas actuales, de 12 a 14 años con un coste cercano a los 900 millones de dólares.
Las grandes farmacéuticas lo tienen claro: más vale apostar sobre seguro. Pero además… con trampa. Porque suelen probar los más prometedores y nuevos compuestos en los pacientes más enfermos ya que así es más fácil detectar variaciones, como una mínima reducción del tumor. Les importa poco además saber de antemano que el producto no va a curar. A fin de cuentas, para salir al mercado, para que la FDA les dé el plácet, sólo tienen que demostrar que sirven para lo que están pensados. Porque no se crean ustedes que los medicamentos para el cáncer que se comercializan tienen como finalidad curar. Normalmente su única finalidad reconocida es la de reducir el tamaño del tumor. Y eso es lo que consiguen probar. No que curen el cáncer.
Y la pregunta es simple: si después de catorce años de investigación lo único que hoy se consigue normalmente es un producto que reduce el tamaño con respecto a un producto anterior menos de un 10%… y nada más, ¿a quién beneficia ese producto? Pues exclusivamente a los accionistas de esas compañías. No a los enfermos. Y eso cuando aportan algo, aunque sea mínimo y cuestionable. Porque conviene que sepan ustedes que según un estudio publicado el año 2002 en el British Medical Journal dos farmacólogos italianos analizaron los resultados de los ensayos de 12 nuevas drogas anticáncer que habían sido aprobadas para su uso en Europa entre 1995 y 2000, las compararon con los tratamientos existentes hasta su llegada al mercado y NO ENCONTRARON NINGUNA VENTAJA EN LOS NUEVOS MEDICAMENTOS. Eso sí, eran todos mucho más caros.
En los años setenta había sólo CINCO MEDICAMENTOS quimioterápicos, CINCO, a disposición de los médicos. En los años noventa el número de fármacos aprobados alcanzaba la cifra de 25. Y desde entonces siguen apareciendo nuevos productos. Pues bien, si cada uno de esos medicamentos hubiera supuesto algún progreso, pequeño pero real, habríamos constatado estadísticamente alguna mejoría notable en las últimas décadas. Y, sin embargo, no es ésa la realidad que reflejan los datos. La realidad es que sólo han beneficiado a quienes han hecho negocio con ellos. Y para entender hasta qué punto basta poner el ejemplo de un país de la Unión Europea. En Alemania la factura anual en citotóxicos es de 1.800 millones de euros. A pesar de lo cual los índices de supervivencia en cáncer no han mejorado.
Horrobin, que supo describir el negocio del cáncer, también aprendió otra lección. Y aunque para él fuera tarde no lo es para ustedes: “Para la mayoría de los cánceres -dejó escrito Horrobin en su último artículo- hay muchos tratamientos potenciales, muchos de los cuales no son tóxicos. Y contrariamente a la opinión médica ortodoxa general la mayoría de tales tratamientos potenciales no son ni inútiles ni irracionales. Están basados en sólidos trabajos bioquímicos in-vitro, en trabajos fiables en animales y, de vez en cuando, en unas pocas historias de casos bien documentados. Pero no se han probado adecuadamente en ensayos bien diseñados y la mayoría de ellos nunca lo será. La razón no tiene nada que ver con su validez científica o la fuerza de la evidencia: simplemente es que no son patentables o son difíciles de patentar. Y sin la protección de una patente, en la situación actual, semejantes remedios potenciales nunca se probarán. Si un compuesto no es protegido por una patente no se desarrollará. Lo cual no importaría si la investigación actual en Oncología estuviera produciendo beneficios grandes en cánceres comunes pero a pesar del enorme gasto los éxitos nos han eludido ampliamente. Los pocos y excelentes éxitos en cánceres raros no pueden esconder el fracaso global. Esto significa que hay una posibilidad real de que los abordajes convencionales en el tratamiento del cáncer estén equivocados y de que no hay base racional firme alguna para predecir cuáles serán las direcciones desde las que el éxito podría llegar. Nuestra mejor esperanza de cambiar esta tendencia es probar tantos acercamientos diferentes y compuestos como sea posible”.
Pues bien, amigos, por eso estamos aquí: porque los tratamientos convencionales no funcionan. En las últimas décadas los Estados se han gastado cantidades ingentes de dinero sin que los enfermos de cáncer se hayan beneficiado de ello. Los únicos que han obtenido beneficios –y multimillonarios- son las grandes compañías farmacéuticas y los miles de médicos, investigadores, funcionarios y periodistas que han quedado atrapados en las redes de sus agresivas políticas comerciales y que, por ignorancia o complicidad, forman parte del sistema.
Sí, existen ciertamente tratamientos que no son ni inútiles ni irracionales. Están basados en sólidos trabajos bioquímicos in-vitro, en trabajos fiables en animales y, de vez en cuando, en casos bien documentados. Y algunos cuentan también con estudios clínicos. Tal es lo que nos ha traído aquí este fin de semana: constatar que la mayoría de los tratamientos de los que van a hablarnos son eficaces. Y encima, en la práctica totalidad de los casos, inocuos; es decir, carentes de efectos yatrogénicos.
En estos dos días oiremos hablar de las causas psicoemocionales del cáncer, sabrán de las propiedades de los micronutrientes para cortar el paso en nuestro organismo al mortal invasor, conocerán productos naturales que ya están utilizándose con buenos resultados en otros países, se sorprenderán al escuchar que existe una vacuna para luchar contra los tumores elaborada a partir de la orina del propio enfermo y de los beneficios de los pulsos electromagnéticos para recargar de energía la célula y evitar su multiplicación indiscriminada en busca de la supervivencia. También la Homeopatía y la Fitoterapia tienen su sitio en la lucha contra el cáncer. Y la Electroterapia. Y productos de la calidad indiscutible del Ukrain. Y, por supuesto, del Bio Bac, que representa para los españoles la prueba fehaciente de todo lo que aquí hemos denunciado, de las arbitrariedades que se cometen con vergonzosa impunidad para impedir por la fuerza el acceso a un producto que ha demostrado contribuir a mejorar notablemente la salud de los enfermos de cáncer y que llegó a ser sufragado durante diez años por la Seguridad Social. Un producto con numerosos ensayos clínicos realizados en centros de primera línea de los que nadie quiere hablar. Y esperemos que sea también la prueba de que cuando las evidencias y los pacientes se unen, ni los muros de los fortificados intereses pueden resistir las trompetas de la verdad.
Mirados en conjunto, los planteamientos y tratamientos que les vamos a presentar forman probablemente parte de un rompecabezas que, unido, podría darnos la clave para derrotar por fin al cáncer. Cada uno de ellos nos muestra cómo levantar un dique de contención contra el cáncer en cada una de sus fases. Comenzando por el aspecto emocional y siguiendo por la parte energética, el sistema inmune y la propia célula. En todos los pasos es posible actuar para ayudar al organismo a enfrentarse al cáncer con la dignidad suficiente.
En suma, ha llegado el tiempo de la esperanza.
Permítannos terminar con las palabras de alguien que está hoy aquí entre nosotros, que ha venido desde Barcelona, alguien a quien el cáncer no venció a pesar de haber sido desahuciado porque decidió buscar hasta encontrar soluciones alternativas. Que el espíritu de sus palabras sea también el de este congreso: “Puedo decir que soy un superviviente. He sobrevivido a mi propia muerte. Porque no sólo he sobrevivido a la enfermedad sino al pronóstico hecho por un grupo de doctores de que iba a morir. En el hospital nadie se explica cómo sigo vivo. Yo, por mi parte, lo que no me explico es por qué no me informaron de que existían otras posibilidades, otros mundos terapéuticos que descubrir, otras técnicas y terapias que funcionan y que pueden curar el cáncer”.
Gracias Alejandro por tus palabras. Y gracias a todos ustedes por su atención.

Antonio Muro y José Antonio Campoy

Zapatero derrocha 1,5 millones de euros en restaurar el Palacio Real y El Pardo




La crisis no impide gastar hasta 69.000 euros por la reforma de una pintura mural

Zapatero derrocha 1,5 millones de euros en restaurar el Palacio Real y El Pardo

En marzo 2011 se hicieron obras en el Senado por 543.000 euros, y en julio en el Congreso.



En tiempos de crisis, el Gobierno de Zapatero continúa efectuando gastos millonarios de dudosa urgencia y necesidad.
En el Boletín Oficial del Estado de fecha 20 de agosto de 2011, el Ministerio de la Presidencia, dirigido por Ramón Jáuregui, anuncia la licitación pública de unas obras de restauración de las salas de la zona de Alfonso XIII del Palacio Real de Madrid. Asimismo, desde el ministerio han publicitado también la restauración del antedespacho oficial y del vestíbulo principal del Palacio Real de El Pardo.
El organismo adjudicador en ambos casos es el Consejo de Administración de Patrimonio Nacional, y el precio que estaría dispuesto a pagar el Gobierno por ambas obras es de 1.477.633,89 euros.
En el Palacio Real se restaurarán la biblioteca y el salón de música de la Reina Victoria Eugenia, por un monto de 653.566,95 euros. Esta cifra incluye abultadas partidas, como la destinada a consolidar la pintura mural de la biblioteca, de 24.416 euros; la aprobada para destapizar y reparar el entelado de la pared, por 32.297 euros, o los 26.204 que costará la limpieza y el arreglo estructural de nueve sillas.
En el Palacio de El Pardo también se acometerán una serie de actuaciones, que costarán 824.066,94 euros. Entre las reparaciones de mayor coste se encuentran la de la pintura mural del antedespacho oficial, por 69.000 euros, y la de los relieves de estuco del vestíbulo principal, por 51.800 euros.
Son numerosas las partidas cuyo coste oscila entre 10.000 y 40.000 euros, como la realización de catas y limpieza del zócalo del antedespacho, por 34.480 euros; el tratamiento de las grietas de la pintura del vestíbulo, así como su reintegración cromática, que costarán 34.500 euros, y la consolidación estructural y la reposición de dorados de la consola del mismo lugar, que supondrá 25.860.
Como ya publicó La Gaceta, un día después del último Pleno antes de las vacaciones, José Bono decidió hacer obras en el Congreso de los Diputados. La remodelación se inició sin informar a la Mesa del Congreso y sin saber el coste económico de la obra, que consistió en cambiar las telas de las paredes y acuchillar el suelo del despacho del presidente de la Cámara.
Además, se levantó buena parte de las alfombras que cubren el hemiciclo, se reformó el bar que usan sus señorías y se retocó -de nuevo- la nueva tribuna para fotógrafos.
También se decidió cambiar algunos de los enormes ventanales de la fachada por 177.000 euros, la única partida con coste conocido. Por último, se optó por acondicionar los sótanos y crear nuevas plazas de aparcamiento.
La recepción
En marzo de 2011, la Mesa de la Cámara alta aprobó una inversión de 543.614 euros para remodelar la recepción que da a la calle Bailén pues, justificaron, "las puertas exteriores son demasiado grandes y pesadas" y ello suponía un problema de accesibilidad.
A la sustitución de estas puertas de acero se sumó el cambio de unas interiores de madera por otras de vidrio templado. También se aprovechó para cambiar la iluminación de la zona de control, por ser "impersonal y poco atractiva". Como si no hubiera crisis.