jueves, 25 de agosto de 2011

¡¡Vale más una imagen que mil palabras!!





Burracalva, vicepresidente del Gobierno del ‘Vendeburras’ de León (Rodríguez Zapatero),  saludando al Papa en presencia de los Príncipes de Asturias en su visita a Santiago de Compostela, noviembre de 2010.
¡¡Observad como mantiene la cabeza en alto y sin doblar la cintura, ante su Santidad el Papa!!
Sin embargo, en la segunda foto, al tirano Mohamed VI casi le besa los pies. ¿Algún agradecimiento por el 11-M? ¿O solo son sospechas y convencimientos míos?

Arturo Pérez-Reverte 'despide' a Zapatero y a los imbéciles y malvados que nos han gobernado.




"Ha sido un gobernante patético, de asombrosa indigencia cultural, incompetente, traidor y embustero"

Arturo Pérez-Reverte 'despide' a Zapatero y a los imbéciles y malvados que nos han gobernado


"Sin el menor respeto por la verdad ni la lealtad, usted mintió 

y traicionó a todos"



El artículo es devastador y tiene la virtud periodística y política de no ser algo nuevo, porque Arturo Pérez-Reverte lleva años machacando el mismo clavo.
Cuando los golfos oportunistas de siempre -gentuza vomitada por la política que ejerce ahora de tertuliana o periodista sin haberse duchado- babeaban haciéndole succiones entusiastas a Zapatero, ya él ponía los puntos sobre las íes y le cantaba las cuarenta.
Escribe Arturo en su columna de XLSemanal, que en esta España desmemoriada e infeliz estamos acostumbrados a que la gente se vaya de rositas después del estropicio.
Y tras puntualizar que no es el caso del presidente Zapatero, pues llevan tiempo diciéndole de todo menos guapo y hasta sus más conspicuos sicarios, socialistas incluidos, han empezado a darle, quiere dejar algunas cosas claras:
Si me permite cierta chulería retrospectiva, señor presidente, lo mío es de mucho antes. Ya le llamé imbécil en esta misma página el 23 de diciembre de 2007, en un artículo que terminaba: «Más miedo me da un imbécil que un malvado».
Pero tampoco hacía falta ser profeta, oiga. Bastaba con observarle la sonrisa, sabiendo que, con dedicación y ejercicio, un imbécil puede convertirse en el peor de los malvados. Precisamente por imbécil.
Agradezco muchos de sus esfuerzos. Casi todas las intenciones y algunos logros me hicieron creer que algo sacaríamos en limpio.
Pienso en la ampliación de los derechos sociales, el freno a la mafia conservadora y trincona en materia de educación escolar, los esfuerzos por dignificar el papel social de la mujer y su defensa frente a la violencia machista, la reivindicación de los derechos de los homosexuales o el reconocimiento de la memoria debida a las víctimas de la Guerra Civil.
Incluso su campaña para acabar con el terrorismo vasco, señor presidente, merece más elogios de los que dejan oír las protestas de la derecha radical.
El problema es que buena parte del trabajo a realizar, que por lo delicado habría correspondido a personas de talla intelectual y solvencia política, lo puso usted, con la ligereza formal que caracterizó sus siete años de gobierno, en manos de una pandilla de irresponsables de ambos sexos: demagogos cantamañanas y frívolas tontas del culo que, como usted mismo, no leyeron un libro jamás.
Eso, cuando no en sinvergüenzas que, pese a que su competencia los hacía conscientes de lo real y lo justo, secundaron, sumisos, auténticos disparates.
Y así, rodeado de esa corte de esbirros, cobardes y analfabetos, vivió usted su Disneylandia durante dos legislaturas en las que corrompió muchas causas nobles, hizo imposibles otras, y con la soberbia del rey desnudo llegó a creer que la mayor parte de los españoles -y españolas, que añadirían sus Bibianas y sus Leires- somos tan gilipollas como usted.
Lo que no le recrimino del todo; pues en las últimas elecciones, con toda España sabiendo lo que ocurría y lo que iba a ocurrir, usted fue reelegido presidente. Por la mitad, supongo, de cada diez de los que hoy hacen cola en las oficinas del paro.
Pero no sólo eso, señor presidente. El paso de imbécil a malvado lo dio usted en otros aspectos que en su partido conocen de sobra, aunque hasta hace poco silbaran mirando a otro lado.
Sin el menor respeto por la verdad ni la lealtad, usted mintió y traicionó a todos. Empecinado en sus errores, terco en ignorar la realidad, trituró a los críticos y a los sensatos, destrozando un partido imprescindible para España.
Y ahora, cuando se va usted a hacer puñetas, deja un Estado desmantelado, indigente, y tal vez en manos de la derecha conservadora para un par de legislaturas.
Con monseñor Rouco y la España negra de mantilla, peineta y agua bendita, que tanto nos había costado meter a empujones en el convento, retirando las bolitas de naftalina, radiante, mientras se frota las manos.
Ojalá la peña se lo recuerde durante el resto de su vida, si tiene los santos huevos de entrar en un bar a tomar ese café que, estoy seguro, sigue sin tener ni puta idea de lo que vale.
Usted, señor presidente, ha convertido la mentira en deber patriótico, comprado a los sindicatos, sobornado con claudicaciones infames al nacionalismo más desvergonzado, envilecido la Justicia, penalizado como delito el uso correcto de la lengua española, envenenado la convivencia al utilizar, a falta de ideología propia, viejos rencores históricos como factor de coherencia interna y propaganda pública.
Ha sido un gobernante patético, de asombrosa indigencia cultural, incompetente, traidor y embustero hasta el último minuto; pues hasta en lo de irse o no irse mintió también, como en todo.
Ha sido el payaso de Europa y la vergüenza del telediario, haciéndonos sonrojar cada vez que aparecía junto a Sarkozy, Merkel y hasta Berlusconi, que ya es el colmo. Con intérprete de por medio, naturalmente.
Ni inglés ha sido capaz de aprender, maldita sea su estampa, en estos siete años.